El Calabazo (cuento)
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El Calabazo
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Cuento del libro de Angustias y Paisajes de Carlos Salazar Herrera
Un día cualquiera, Tito Sandí abandonó su hogar.
Dejó un papel:
“Me voy, no me busquen. Los quiere, Tito.”
Hubo muchas conjeturas entre los vecinos.
“¡Qué extraño! Un hombre tan bueno, tan trabajador, tan cariñoso con su familia. ¿Otra mujer?... ¡Imposible! Tito Sandí adora a su esposa y a su parejita de niños. ¿Qué pudo haber pasado?”
Zoila, la esposa de Tito, quedó abatida; no obstante se hizo cargo, con ingenio y diligencia, de la administración de unas cuantas manzanas de tierra que dejó su marido, las cuales producían lo suficiente par a vivir.
Hecha de adobes, troncos y tejas, en el regazo de una colina, estaba la casa, cuya fachada daba al Poniente. En los atardeceres de marzo, el sol veíase del tamaño de una rueda de carreta pintada con minio, y llenaba la casa de armonías cromáticas; colores planos, audaces y cálidos, como los cuadros del pobre Gauguín.
Y el tiempo pasó, y pasó a grandes zancadas, dejando huellas permanentes en las cosas y en los sentimientos; y desde que Tito se fue, cinco veces el verano derramó colores sobre la casa, sin que se tuviese noticias del ausente, hasta que, cierta calurosa tarde, llamó a la casa de Zoila un hombre desconocido. Era un hombre tranquilo, algo viejo y algo enigmático. Parecía un santo de madera con todos los surcos de la gubia; una figura de ca oba que hablaba, que hablaba despacio, muy despacio, en voz baja y con frases cortas, separadas por silencios angustiosos.
—Buenas tardes... ¿Es usté la señora Zoila de Sandí?
—Pa’servirle.
—Gracias, igualmente. Yo me llamo Juan José Zárate, amigo de su esposo Tito Sandí.
—¿De veras? ¿Sabe usté donde está él?
—Sí, Señora.
—Pase adelante y se sienta, tenga la bondá.
—Gracias... ¡Qué calor est’haciendo!
—Mucho, sí señor.
—...Todos tenemos penas en esta vida. ¿Verdá?
—Sí, mas hay que tener paciencia.
—Así debe ser. Pero mientras haya salú...
—Eso es lo principal.
—...¿Que tal están sus chiquitos?
—Muy bien, a Dios gracias.
—Se llaman Tito y Zoila, como ustedes, ¿verdá?... Me lo dijo su esposo... ¡Uf!... ¡Qué calor!
—¿Quiere un vaso de agua?
—No, Señora. Muchas gracias.
—...Pero, ¡donde está él?
—¿Quién?
—Tito Sandí, mi marido.
—¡Ah!... Sí... Muy lejos, por onde llaman Curridabá... Se quedó allí… Allí quedó.
—Y dígame, ¡por amor de Dios! ¿por qué no viene?, ¿por qué no me escribe?, ¿Porqué nos abandonó?, ¿qué hace?, ¿que tal s’encuentra? ¡Cuénteme algo d’él, pronto, por favor! ¿No sabe que hace cincuaños m’estoy muriendo por saber algo de Tito?
El ambiente estaba como saturado de sensiblerías.
Juan José Zárate, con los labios apretados, levantó despaciosamente la cabeza y se puso a recorrer con sus miradas las vigas del techo. Tornó a bajar la vista y, sin mirar a Zoila, dijo con voz más lenta aún, casi en secreto, con frases cortas y siempre separadas por silencios angustiosos:
—Hace tres días... se murió Tito Sandí. Murió... murió leproso... Poco antes de morir me contó que cuando supo que estaba... así, abandonó la familia pa’no pegarle l’enfermedá... Dicen que se pega, pero no es cierto. Tito que dijo qu’él cre que hizo bien. Que no le contó nada a usté, porque usté no lo hubiera dejado irse. Que a la par d’él, siempre hubieran vivido ustedes con miedo... Me dio las señas d’esta casa, y me pidió que viniera a contárselo todo. ¡Ah!, y que no les manda nada, porque no tiene nada que mandarles. Después me dijo una cosa muy rara... y muy bonita:
“Que si pudiera mandarles algo, sería un calabazo llenito de lágrimas.”
Cuando Zoila de Sandí se descubrió la cara, que había ocultado entre los pliegues de su delantal, ya Juan José Zárate se había marchado, sumergido en un ocaso como nunca.
Nota. Ver el post "Mis escritores favoritos: Un faro para la vida"
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